miércoles, 15 de diciembre de 2010
Historia de un felino
El humo de su cigarrillo pegaba en mi cara, usualmente esto me hubiera molestado, pero estaba tan llena de gracia que era un placer respirar el humo residual de su boca.
Parecía esperar a alguien pues ojeaba su libreo y en un intervalo exacto de 5 segundos miraba a su alrededor de reojo, sin embargo parecía no notarme, jugué a controlar su mente y cada cinco segundos le ordenaba alzar la mirada. Tenía un perfil maravilloso, exactamente como el que imaginas en las sirenas de la odisea.
Me empecé a preguntar que me haría si se diera cuenta de que estoy respirando su humo, gastándola con mi mirada, imaginándola torcida en todas las poses de ése sagrado libro hindú. Y entonces sentí que leyó mi mente y el intervalo de cinco segundos pareció partirse en pedazos, decidí contar hasta cinco nuevamente, para ordenarle que cumpla sus deseos de ojear, pero al llegar al número tres todo cambió, cerró su libro, lo puso sobre la mesa, cerrando los ojos absorbió el último plom de su tabaco, se puso el abrigo en el que guardó la cajetilla de Philip Morris e inesperadamente me miró, se sentó en mi mesa, abrió la cajetilla azul y extrajo otra dosis de nicotina, luego me extendió la caja, le dije que no fumo, se acercó a la vela con seguridad felina y puso su cajetilla junto a mi taza de café y yo reviví de la fatigante muerte en vida por un instante, me sopló en la cara y entonces me di cuenta.
El mesero retira la taza sucia de mi mesa, que estaba ahí, sola, sin cajetilla, y a lo lejos alcanzo a reconocer las letras del libro abierto y vuelvo a contar los intervalos de 5 segundos, me pareció tan real.
Cancelé entonces el cafecito sobre estimado con los últimos chochos del día, en el café al que me metí simplemente para sentarme atrás de ella y soñar un poco.
Tomé mi mochila y caminé hacia la salida, un apuesto caballero de terno llega apresurado, la miré por última vez, y en vez de un seguro felino veo un gato callejero con la ira de un animal que se ha dejado domar no por necesidad, sino por placer, cerró su libro, se puso el abrigo y me tomó el brazo, me ofreció un tabaco que acepté y desapareció entre la multitud.
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