jueves, 16 de diciembre de 2010

La asesina de al lado



Se llamaba Soledad y estaba sola, fue lo primero que se me ocurrió cuando me dijo su nombre, por supuesto ella no lo estaba, pero en mi interior sentía que lo deseaba con toda su alma, esa libertad que va de la mano con la soledad, esa libertad y muchas otras cosas.
Le pregunté el nombre pretendiendo ser alguien nuevo en su vida, alguien que no sólo ella no conocía, sino alguien que tampoco la conocía  a ella, pero yo la conocía muy bien, de lunes a miércoles sale del edificio a las siete de la mañana justo después de alimentar al perro,  acelerada, con el café  en el termo, de la llave tiene tres copias una la lleva ella, la otra la tiene enterrada en  la maseta y la última la tiene el rubio, mi enemigo escurridizo, los jueves y los viernes son diferentes, sale a la una de la tarde y regresa a las cuatro con la mejor amiga, un ser igual de interesante pero carente de esa magia especial.
El rubio tiene tres problemas, problemas imperdonables que ella algún día notará, el primero es que no tiene nada de interesante, el segundo es que siempre usa terno  y el tercero es que es rubio.
Me perdí tanto en mis pensamientos que me olvidé que por fin me notó y estamos hablando, pero parece que he creado un silencio incómodo así que le pregunté “¿Perdón?” Se rió falsa y torpemente, y me repitió lo que no escuché por andar pensando en ella “¿Tú cómo te llamas?” “Yo me llamo Felipe y tú te llamas Soledad”. Se me ocurre plantearle ahora la pregunta del millón, me estremece la curiosidad  “¿En qué te puedo ayudar?” “La cuestión es que deje mi llave adentro y me preguntaba si podía quedarme a esperar en tu sala mientras llega mi amigo con la otra llave”. Cava en la maseta, pensé, pero yo no debería saber eso, son las seis y el rubio no llega hasta las once, lo cual me proporciona cinco horas para convencerla de que los calentadores y el pelo negro son su estilo, el cuatro de abril a las seis con dos minutos Soledad entró a mi casa por primera vez .
“¿Algo de tomar, un café?” “Sí, un café, perfecto.” “yo ya sabía que te llamas Soledad y sé que a quien estamos esperando no es tu amigo, es el rubio, tú sabes que yo te espío por la ventana, lo sé porque me has visto, entonces seguramente sabes que yo sé que tienes una llave en esa planta extraña  que está afuera de tu puerta, supongo que a lo que quiero llegas es a qué haces aquí”.
Las palabras salieron de mi boca como si lo hubieran estado intentando por años, pero al terminar mi extraño discurso sólo una cosa me pasaba por la mente, la cagué. Después de unos segundos de miradas pensativas, al fin, contestó “Al rubio lo maté, las tres llaves las tengo yo, tú mejor que nadie entiendes porque me harté de él y de la rutina, después de que me mate necesito que me cuides el perro, adiós ” No volví a tomar café después de ese día.

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