lunes, 17 de enero de 2011

Otra vez los monjes deformes


El vagón 23 es el único vacío, exceptuandome, sin embargo dentro de él escucho tantas voces que me siento como en celebración de bautizo en familia católica, de ésas que no van a misa pero encuentran en Dios la justificación para emborracharse, que encuentran en todo la justificación para emborracharse. Mejor así, a pesar de que la soledad me persigue sin importar que tan rápido corra, jamás me ha gustado el silencio, me perturba porque empiezo a pensar en la muerte y a pesar de que mi vida ha sido patética, la muerte es mi peor temor, mas aún en esta época de valientes, mediante los años me voy dando cuenta que nadie, absolutamente nadie más le tiene miedo a la muerte, o por lo menos eso dicen. Volviendo al tema de las voces, alrededor de la media hora de viaje me empezaron a molestar, asi que me pusé los audífonos, pero atravesaron el sonido de la música y calle 13 se escuchaba a lo lejos pero las voces se escuchaban tan cerca, hasta que dejaron de estar cerca y se alojaron adentro, luego me hormigueó el cerebro y los 7 asientos vacíos estaban ocupados por sombras, por supuesto en el piso, la gran mancha de sangre, cómo no me di cuenta, las sombras de ese día volvieron para asesinarme otra vez.

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