El hijo de Cronos y Rea se ha desencadendo de su castigo, supuestamente, eterno, entre episodios de euforia y rabia decide que se vengará de los mortales que lo encadenaron sobre las nubes. Se ha propuesto inundar la ciudad más ninguna de todas, donde habitan las brujas de pueblo que lograron escapar y los cuerpos sin alma nativos de la misma.
Ya se ven sobre el pavimento los reflejos de los taxis amarillos con negro, como si rodaran sobre espejos, los expertos meteórologos predicen la tormenta dos horas después de que la misma ha iniciado. Todos los edificios cuarentones están por primera vez con sus balcones vacíos, sin mesitas, sin bicicletas, sin ancianas meditando, sin la ropa colgada.
Se respira un aire de temor, las brujas han convocado un congreso en su cumbre secreta, pero ninguna pudo llegar, el agua las derritió una a una, lo que explicaba las botellas de jack daniels a medio beber flotando indistintamente por las calles de la localidad.
La ciudad ninguna ha quedado desprotegida, se ha quedado sin magia. Jorge Ruales a pesar de todo se halla calmo en el balcón de un penthouse en el edificio más alto de la ciudad, no recuerda como llegó ahí, pero admira la ciudad en su escencia pura, se ha quedado atrapado en un slow motion y puede ver cada gota caer, chocar contra el suelo y rebotar, se aburre de la belleza de la lentitud y logra librarse de la prisión del tiempo, ingresa al departamento desconocido y mira por unos minutos como Mickey y Malhory asesinan pueblerinos en una casa de waffles, despues de una dósis de violencia televisiva, abre la ventana y el agua lo despedaza en un microsegundo
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